Hola, mi nombre es Eulalia Pérez. Me casé el 12 de septiembre del 2003 y hoy estamos en el 2024.

Llegué a los Estados Unidos desde el estado de Sinaloa, México, en 2003, llena de ilusiones y metas. Poco después de llegar, en mayo del mismo año, conocí a mi esposo. Nos casamos rápidamente y, aunque sabía que había salido de un centro de rehabilitación, creí que estaba rehabilitado. En ese entonces, no conocía nada sobre adicciones ni mucho menos sobre Dios.

Ocho meses después de casarnos, cuando ya tenía ocho meses de embarazo, mi esposo comenzó a mostrar su verdadero comportamiento. Durante el baby shower de nuestro primer hijo, él organizó todo, pero al final de la fiesta, algo no le pareció y se fue, desapareciendo por tres días. Esta fue la primera de muchas veces que se iría sin explicación, dejándome en un estado de angustia, miedo y desesperación.

El 26 de septiembre del 2004, con dificultad, me llevó al hospital para dar a luz a nuestro hijo. Estuvo ahí unas horas, vio al niño, luego me llevó a casa y se fue nuevamente por tres días. Así empezó una vida de tormento, con insultos, agresiones verbales y físicas, infidelidades, y una vida llena de vicios por parte de él. Vivimos una rutina de tres meses bien, luego tres meses mal, repitiéndose este ciclo durante doce largos años.

En el 2006, mientras estaba embarazada de nuestro segundo hijo, mi papá falleció. Viajé a Sinaloa para su funeral, pero perdí al bebé en el avión. Llegué a Culiacán y me hicieron una cesárea. Mi esposo estuvo ahí, pero me dejó con una amiga y se desapareció con unos primos que tenía en Culiacán. No estuvo presente ni en el velorio ni conmigo en esos momentos difíciles. Regresé a Estados Unidos y volví a quedar embarazada, pero nuevamente perdí al bebé.

En el 2007, intenté dejarlo y me fui a Sinaloa, pero fue una mala decisión. No tenía paz ni sabiduría para tomar buenas decisiones sin conocer a Dios. Mi matrimonio continuó siendo una tormenta llena de dolor y sufrimiento.

En el 2008, salí embarazada de mi hija, que nació en diciembre de ese año. Esa etapa fue un poco más tranquila porque mi esposo se compuso aparentemente por dos años. Sin embargo, en el 2010, volvió a las andadas completamente, retomando sus vicios y comportamientos destructivos.

A inicios del 2013, tuve una crisis fuerte de tanto dolor y desilusión. Una de tantas veces que se fue, le clamé a Dios, al Dios que conocía porque sabía que había un Dios. Le decía: «¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me tienes aquí? Dime qué quieres.» Después de horas de llorar sin consuelo, me subí a dormir y sentí como una presencia iba detrás de mí. Pero no me dio miedo, sabía que era algo bueno y sentía cómo iba acompañándome hasta que subí las escaleras. Realmente ni me importaba saber qué era; no me importaba nada en ese momento. Después supe que fue la respuesta de Dios a mi clamor. Poco después conocí a Dios; me lo presentaron en la corte mientras metía la demanda de divorcio.

Me presentaron a Jesucristo y ahí comenzó a cambiar mi vida. Realmente, busqué ayuda en muchos lugares: en la iglesia católica, en psicólogos, en el grupo de Al-Anon, pero cuando llegaba ahí, sabía que no era lo que yo buscaba ni lo que necesitaba. Pero cuando me presentaron a nuestro Señor Jesucristo y leí la palabra de Dios, supe que eso era lo que necesitaba. Cuando leí las promesas de Dios, dije: «Esto es lo que yo necesito, esto es lo que busco. Solo Dios me puede ayudar y lo que dice aquí es lo que yo busco para mí.» No busqué a Dios para que cambiara a mi esposo, busqué a Dios porque yo lo necesitaba, supe que lo necesitaba en mi vida, para que sanara mi corazón y mi alma. Y ahí empezó a cambiar mi vida.

Empecé a congregarme en una iglesia y me metí de lleno en las cosas de Dios y en su palabra. Eso me fue ayudando poco a poco. Pasaron tres meses, seis meses, nueve meses y mi esposo decía que también quería buscar de Dios, escuchar de Dios, pero solo iba para aparentar. A los tres meses se volvía a ir. Así pasó hasta el 2015, cuando volví a meter la demanda de divorcio. Yo me determiné; ya conocía muy bien de Dios, estaba cimentada en las cosas de Dios, me había decidido a seguir a Dios porque era lo que necesitaba en mi vida y mis hijos también. Todo esto lo pasaron mis hijos junto conmigo, nuestros hijos.

A finales del 2015, hubo una separación. Volví a ir a la corte y continué con la demanda de divorcio. Tuve que meter una orden de restricción para que mi esposo saliera de casa porque ya era intolerable. Se volvió más cínico, más deshonesto, más mentiroso, y su vicio estaba por encima de sus hijos, de mí y de él mismo. Ya no se podía soportar esa situación.

Él se fue de la casa, se fue bien con su carro, su ropa y su dinero. Recibía $2000 cada 15 días, estaba deshabilitado y se fue bien, pero perdió todo: el carro, la ropa, y no tenía dónde vivir. Llegó a ser un homeless, vivía en la calle, nadie lo quería en sus casas, ni su familia. Estaba perdido completamente, hasta que un día Dios, porque ya había escuchado de Dios y las oraciones, el poder de Dios, y el someterme a Dios, y las oraciones de mi congregación a la que asisto, hubo mucha intervención. Más que nada, yo dejé todo por Dios, me sometí, me metí de lleno, 100% a las cosas de Dios y le dejé todo a Dios porque ya no podía. No podía seguir llevando una carga tan pesada que no me correspondía. Mis hijos, en ese entonces, tenían 11 y 8 años, y estaban muy dañados y traumatizados por todo lo que habían vivido.

Entonces, un día, Dios tocó su vida. Dios trató con él. Él cayó a la cárcel y ahí Dios trató con él realmente. Cuando estuvo sobrio, entendió y reconoció el daño tan grande que había ocasionado en tantos años y que se estaba causando a sí mismo, y que había dañado tanto a sus hijos y a mí como su esposa. Pasó cuatro meses en la cárcel. En esa separación, yo se lo solté a Dios, se lo dejé a Dios. No intervenía en nada, no tenía comunicación con él, no le solucionaba nada, no lo dejaba entrar a la casa. Me hizo destrozos, me hizo violencia, me decía de todo, me amenazaba, pero no volvió a entrar aquí a la casa hasta que Dios trató con él.

Estuvo cuatro meses en la cárcel y salió un 4 de diciembre. Mi única oración para él era: «Ten misericordia de él y cuando tú me hagas un hombre nuevo, dímelo, házmelo saber.» Y Dios me lo hizo saber. Él muchas veces vino aquí a la casa, y yo sabía que ese no era el día. Él me decía: «Déjame entrar, ya cambié, voy a cambiar, ya no soy el mismo.» Pero Dios me decía y yo sabía que no era así. Este no es el día. Le pedía a Dios: «Dime cuándo es el día.» Y Dios me dijo: «Ese día.» El 4 de diciembre del 2018 fue el día que Dios cambió realmente su corazón, él reconoció, pidió perdón y realmente Dios hizo el milagro de cambiarlo completamente e hizo ese hombre nuevo que yo le pedía todos los días durante un año y medio.

Ahí cambió mi vida, cambió la de él, la de mis hijos, porque realmente fue un hombre nuevo. Empezamos una nueva vida, dejando todo atrás en el Señor. Empezamos de nuevo, todo empezó nuevamente. Realmente él cambió y cambió totalmente nuestras vidas. Eso pasó en el 2018. Hoy estamos en el 2024 y fue una nueva vida. Dios realmente hace grandes cosas. Dios restauró el corazón y la mente de nuestros hijos. A mí me cambió totalmente mi corazón y mi alma. Nuestro refugio hasta hoy ha sido Él, y nuestro gran agradecimiento es para nuestro Señor Jesucristo, porque solo Él puede cambiar a las personas. Somos un testimonio de que solo Dios puede hacer esas cosas. Ningún otro ser humano puede cambiar a otro ser humano, solo Dios. Hasta hoy, Dios lo ha sostenido, Dios nos ha sostenido como matrimonio. Todo lo que pasó, todo el daño, todo el dolor quedó atrás. Empezamos de nuevo y Dios hace personas nuevas. Así como dice su palabra que Él hace todo nuevo, así hizo todo nuevo en nuestro matrimonio, en nuestro hogar y con nuestros hijos, y hasta aquí todo se lo debemos a Dios.

Este es mi testimonio y solo puedo decir que en Dios está el poder para cambiar cualquier cosa, cualquier situación que esté sucediendo en tu vida o matrimonio. DEJA TODO EN MANOS DE DIOS Y EL HARA.

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